viernes, 10 de febrero de 2012

Derechos Animales - Animales condenados a cadena perpetua

“Recuerdo haber oído aquello de que quien quiera mostrarse cruel con un perro acaso no necesite apalearlo, sino atarlo a perpetuidad. Y no me parece exagerada la reflexión, pues pocas cosas hay tan execrables como la extendida costumbre de amarrar a estos nobles seres y olvidarse de ellos, asumiendo un comportamiento que bien merece calificarse de “violencia por omisión”.

Se trata de una forma de agresión tan absurda como repugnante, por cuanto cercena algunas de las necesidades más básicas de la víctima, pues la perversión viene dada por su propia naturaleza. En efecto, sabido es que nuestros queridos perros son individuos eminentemente sociales, que en calidad de tales requieren el contacto con los demás (humanos o congéneres, o mejor ambos), formar parte de un clan, establecer roles y castas, mandar y ser mandado: una vida rica en estímulos, en definitiva. Pero la cadena destruye de raíz todo lo que ellos valoran, y de ahí la reflexión inicial.

... En la mentalidad de no pocos ciudadanos se mantiene intacta la idea de mantener lo que en algunos lugares denominan “perros de puerta”,...es así que un sinnúmero de perros permanecen atados a una cadena durante largos períodos de tiempo, no pocos durante toda su vida. Es difícil imaginar una tortura más refinada, antes lo decía, teniendo en cuenta su naturaleza gregaria. Se trata, como conoce bien cualquiera que haya tenido la oportunidad de convivir con uno de ellos, de seres que requieren constante atención afectiva, que están “diseñados” para pertenecer a un clan estratificado y de participar de las actividades del grupo. Hablamos de tipos curiosos, amantes de las relaciones con sus iguales, también con otras especies además de la humana, y que agradecen entusiasmados algo tan simple como una caricia o unas palabras amables. Con estas premisas psicológicas, condenarles a permanecer siempre amarrados constituye un crimen execrable.
En tal circunstancia, todos sus instintos y deseos quedan frustrados, con el componente de sufrimiento emocional que ello conlleva... Todos estos desdichados acaban con manifiestos desequilibrios psíquicos, tras millones de ladridos, intentos inútiles de soltarse y tirones de la cadena. Al final, simplemente se abandonan a su desdicha.
La mayoría no tiene más resguardo de las inclemencias meteorológicas que una triste y apestosa caseta que acumula la suciedad de años. Y la mala alimentación es un punto más que añadir a la lista. El final es una vejez de achaques y una psiquis derrotada, hasta que una fría mañana no queda más que su cuerpo rígido e inerte.

Por encima de cuestiones de tipo práctico, lo cierto es que hombres y mujeres no tenemos autoridad moral alguna para condenar a seres de naturaleza pacífica y sociable a la miseria de la soledad y al mundo que ofrecen los dos metros de una cadena mugrienta, tan sólo para paliar comportamientos (el robo y el asalto a la
propiedad privada) propios y exclusivos de la condición humana, que no canina. Si no somos capaces de respetar a nuestros compañeros de especie y a sus posesiones, en absoluto nos asiste el derecho a utilizar a
otros para intentar evitar las consecuencias.

Nada hay más deshonesto que traicionar a un amigo, y los perros son nuestros amigos desde tiempo inmemorial. Por eso defraudarles es defraudar nuestro propio proyecto como especie”.

*Extraído del Boletín “4Patas” de la Asociación Nacional Amigos de los Animales ANAA        http://www.anaaweb.org/

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